Ser una mujer libre es un acto de valentía en un mundo que tantas veces intenta imponer límites. No te disculpes por tomar tus propias decisiones, por hablar con seguridad, por cuestionar lo que no te parece justo o por soñar sin barreras. No estás aquí para encajar en expectativas ajenas ni para disminuir tu luz para que otros se sientan cómodos.
La libertad de ser tú misma es un derecho, no un privilegio. No pidas perdón por elegir tu propio camino, por defender tu voz o por amar a tu manera. No hay nada de malo en querer más, en buscar lo que te hace feliz, en soltar lo que no te hace bien. La independencia no es rebeldía, es el reflejo de tu esencia, de tu fortaleza y de todo lo que eres capaz de lograr cuando te atreves a vivir sin miedo.
Si alguna vez te dicen que eres demasiado fuerte, demasiado independiente o demasiado intensa, recuerda que esas son cualidades que te hacen única. No te minimices para hacer sentir cómodos a quienes no saben lidiar con la grandeza de una mujer que se pertenece a sí misma.
El mundo necesita más mujeres que caminen con determinación, que hablen con convicción y que vivan sin pedir permiso. Nunca te disculpes por ser una mujer libre, porque esa es tu mayor fortaleza.